En octubre de 2017, decidí emprender uno de los viajes más esperados de mi vida: adentrarme en el corazón del Amazonas. Salí desde Leticia, en Colombia, y me dirigí hacia Manaus, Brasil, navegando por el río durante cuatro días y cuatro noches. Fue una experiencia impresionante, pero también confusa. Conocí el paisaje de la Amazonía en temporada de sequía, interactué con algunos locales de la región brasileña y compartí mi espacio en el barco con un único turista, un argentino. Sin embargo, algo me faltó: no profundicé lo suficiente en la cultura local ni comprendí plenamente las comunidades que habitan esta vasta selva.
Siempre me habían llamado la atención las imágenes de tribus amazónicas con taparrabos, coronas de plumas y danzas rituales. Para mí, muchas de esas fotos parecían más un show turístico que una expresión cultural genuina. Aún más inquietante era el espectáculo que algunos turistas montaban al posar con anacondas colgando del cuello, caimanes entre las manos o abrazando a osos perezosos. Algo no cuadraba en ese panorama.
Con el tiempo, mi experiencia en la selva colombiana me permitió ver las cosas desde una perspectiva más crítica. A lo largo de mis viajes por varias selvas en Colombia, comprendí lo difícil que es observar fauna en su hábitat natural. Se requiere paciencia, silencio y tiempo para que la naturaleza te ofrezca un vistazo de sus maravillas. Pero, en ciertos puntos de la Amazonía, todo parecía tan fácil… demasiado fácil.
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En febrero de 2018, decidí adentrarme de nuevo en la selva, esta vez en el Amazonas colombiano. Pasé tres semanas en una reserva natural cerca de Santa Sofía, donde tuve la oportunidad de explorar la selva, escuchar sus sonidos, percibir sus olores y conocer las tradiciones indígenas. Fue allí donde entendí que el Amazonas es mucho más que una selva frondosa: es un ecosistema que se encuentra en peligro y que necesita de nuestra conciencia y respeto.
La Selva No es un Espectáculo
Durante mi primer día en la reserva, aprendí sobre la vida selvática a través de caminatas diurnas y nocturnas. Guiados por la leyenda del Curupira, el espíritu guardián de la selva, observamos una gran variedad de criaturas: arañas, tarántulas, ranas venenosas, monos nocturnos (que solo escuchamos), monos aulladores, anacondas bebés, osos perezosos y camuflados insectos. La selva, aunque silenciosa, estaba viva con sus propios ritmos y secretos.
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A lo largo de este viaje, conocí a una comunidad indígena, en su mayoría de descendencia tikuna, que se dedicaba principalmente a la producción de artesanías. Lo curioso era cómo el turismo había alterado profundamente sus costumbres. Cuando los turistas llegaban, se ponían sus taparrabos, pintaban sus caras con achiote y usaban coronas de plumas para realizar rituales y danzas. Pero, una vez que los turistas se iban, todo desaparecía. Los taparrabos y las plumas se guardaban, y los miembros de la comunidad retomaban sus vidas cotidianas, vistiendo camisetas de fútbol y alejándose de sus actividades tradicionales.
Este fenómeno no es aislado. El turismo había transformado muchas de sus prácticas, alejándolos de su relación con la naturaleza y dependiendo ahora casi exclusivamente de la demanda de los turistas. Lo que era una expresión cultural, se había convertido en un espectáculo comercializado para cumplir con las expectativas de quienes buscan una “experiencia auténtica” en el Amazonas.
La Realidad del Turismo de Fauna
Mi siguiente destino fue Leticia, una ciudad fronteriza entre Colombia, Brasil y Perú, donde se ofrecían tours para interactuar con animales salvajes. Uno de los lugares más promocionados era Puerto Alegría, en la Amazonía peruana, conocido por permitir a los turistas abrazar y fotografiar animales exóticos. Sin embargo, al hablar con Luisa, la dueña del Leticia’s Guesthouse, descubrí una realidad oculta: muchos de los animales allí eran huérfanos o habían sido capturados tras la muerte de sus madres, todas víctimas del tráfico ilegal de especies.
Lo que los turistas no ven es que esos animales son parte de un cruel negocio donde se explota su sufrimiento para crear una experiencia “exótica” que atrae a los visitantes. Aunque el turismo en Colombia está regulado para evitar estas prácticas, en Perú, este tipo de explotación sigue siendo común, alimentando el tráfico ilegal de fauna.
El Caso de la Isla de los Micos
El fenómeno del turismo de fauna no se detiene allí. Fui testigo de una historia aún más perturbadora en la Isla de los Micos, un lugar popular donde turistas, como Sophie, una suiza con la que viajaba, querían ver monos fraile en su “hábitat natural”. La historia de esta isla se remonta a los años 70, cuando un narcotraficante introdujo ilegalmente a los monos en la isla para traficarlos como mascotas en Estados Unidos. Hoy, esos monos viven en condiciones de sobrepoblación, sin una verdadera conexión con su entorno natural.
Lo peor es que, aunque el lugar se presenta como un paraíso para los animales, en realidad es una prisión. Los monos han perdido su libertad y, al igual que los turistas que los abrazan, viven en cautiverio. Tras escuchar las historias de quienes habían visitado el lugar, Sophie decidió no entrar, desilusionada por la cruel realidad que se esconde tras la fachada turística.
Un Modelo de Turismo Responsable: La Fundación Maikuchiga
En contraste con estas prácticas, tuve la suerte de visitar la Fundación Maikuchiga en Mocagua, una organización dedicada a la protección de primates víctimas del tráfico ilegal y el cautiverio. Fundada por Sarita, una estadounidense apasionada por los monos, y Jhon, un local de Mocagua, la fundación trabaja por devolver a estos animales a su hábitat natural, respetando sus ciclos de vida y su comportamiento salvaje.
Maikuchiga opera en un territorio de 70.000 hectáreas, donde los primates se rehabilitan en condiciones que les permiten recuperar sus instintos y comportamientos naturales. La fundación promueve un modelo de turismo sostenible, en el que los visitantes pueden aprender sobre la vida silvestre de manera respetuosa, sin la necesidad de interactuar físicamente con los animales. Aquí, el objetivo es mostrar la naturaleza tal como es, no como un espectáculo para los turistas.
El Futuro del Amazonas
A pesar de los esfuerzos por proteger la fauna y la flora del Amazonas, aún queda mucho por hacer. El turismo, si no se maneja de manera responsable, puede tener consecuencias devastadoras. Sin embargo, cuando se hace de manera ética, puede ser una herramienta poderosa para generar conciencia y empoderar a las comunidades locales.
Colombia ha hecho grandes avances en la protección de su biodiversidad. La reducción del tráfico de especies, el respeto por las leyes ambientales y el fomento de un turismo responsable han permitido que muchas especies se recuperen. Por ejemplo, la población de tortugas y pirarucús está en aumento, y el avistamiento de especies como el delfín rosado es más frecuente que en países vecinos. Sin embargo, aún debemos trabajar para erradicar las prácticas que dañan este invaluable ecosistema.
El 3 de marzo se celebra el Día de la Vida Silvestre, un día creado para reflexionar sobre el tipo de turismo que practicas y cómo tus decisiones pueden impactar el futuro de las especies y también de los ecosistemas. Es posible disfrutar de la belleza de la selva sin dañarla, aprendiendo a respetar y proteger a sus habitantes, humanos y animales por igual.
Crónica escrita entre octubre de 2017 y febrero 2018.